Tempus Fugit

Extremoduro hace ya tiempo que canta aquello de Para unos, la vida es galopar un camino empedrado de horas, minutos y segundos.

Parece mentira lo lentas que pasan las horas, rellenas de soporíferos minutos pétreos, pesados como un collar de ruedas de molino. Sin embargo ocurre la paradoja de que cuando estas se agrupan formando días y meses, aceleran como si Forrest Gump se decidiera a correr los Sanfermines. Las hojas del calendario caen una tras otra; parece que fue ayer cuando celebrábamos con champan y uvas y ya ha pasado una estación y vamos bien metidos en la segunda.

El tiempo es relativo y cambia de ritmo a su antojo. Pensaba tener Crónicas de los Reinos Olvidados finiquitado de cara al verano, pero otra vez me ha cogido el toro y me veo obligado a retrasar su lanzamiento al menos (y esperemos a lo más) hasta las navidades.

No tengo tiempo para nada, se me escurre entre los dedos igual que el agua; lo que me lleva a plantearme la propia futilidad del ser humano. Somos insignificantes hormigas que caminamos en fila india del “curro” a casa y de casa al “curro”, con cuidadito de no desviarnos de ese camino empedrado que tan bien define Robe.

Por más que nos pese y aunque intentemos auto convencernos con majaderías como “estoy en la flor de la vida” o ”los cuarenta son los nuevos treinta” los años pasan. De los veintitantos todavía me acuerdo, pero todo lo anterior a marcar el primer 2 en el casillero comienzo a ocultarlo con una fina nebulosa que tiende a convertirlo todo en leyenda…unos recuerdos colmados de “te acuerdas cuando”…y de “aquella vez que”…recuerdos de barra de bar y botellín de Mahou.

El camino empedrado nos lleva a salir de casa cada mañana pensando en agarrar un puñado de billetes, “medrar” como decía mi abuela, sin detenernos a pensar que quizás tengamos más de lo que necesitamos, y que pase lo que pase siempre será menos de lo que deseamos. “El trabajo enriquece”, eso decían los antiguos, aunque por desgracia creo que el germánico "Arbeit macht frei” (“El trabajo os hará libres”) erraba menos en su predicción…libres de echar en la zanja hasta la última gota y viajar al otro barrio como todos, con lo puesto.

Yo avanzo por la autopista de la vida, con la cruel certeza de haber dejado lo mejor atrás, un camino empedrado de sueños triviales, a los que ya no les doy ni la menor importancia…Mejor es optar por un caminar pausado, carente de preocupaciones. Centrarse en disfrutar del camino, que puede tener buenas vistas, una posada acogedora, buenos compañeros de viaje y más de una sorpresa agradable.

Yo acabo de caer de la burra, pero Robe ya me lo había cantado al oído mil y una veces:
“Yo, más humilde soy, y sólo quiero que la ola que surge del último suspiro de un segundo, me transporte mecido hasta el siguiente".

Maniáticos Empedernidos

Busqué como un poseso, registré hasta el más recóndito resquicio de los cajones de mi escritorio; uno tras otro, de abajo a arriba y de este a oeste, tal y como mandan los cánones. Nada.

Comparto manía con Borges, que pasa largos ratos a remojo en la bañera, soñando con ideas originales que atrapar y luego plasmar en el papel; pasan los minutos y ya empiezo a sentirme como si a Allende, que siempre empieza sus novelas el 8 de enero, se le alargara la cabalgata de reyes un par de días y ya fuera barruntándose un año en blanco. De seguir así el estado de relajación que sólo proporciona el placer del agua contenida va por el camino de desaparecer.

Tras repudiar la idea de exhumar a Hemingway para pedirle prestada su inseparable pata de conejo, e inquebrantable al desaliento, opté por cambiar el área de búsqueda. Basándome en la enfermiza obsesión que tienen los lapiceros por saltar de la mesa al suelo para rodar y abigarrarse en la penumbra, desplacé mi batida hacia los bajos del sofá cama que comparte mis dimes y diretes en el mundo de la escritura. Nada, el lapiz del Ikea, obstinado como Harrison Ford en "El Fugitivo", seguió burlando mi cacería

Necio como un buey me negué a utilizar cualquier otro utensilio de escritura, ni el bolígrafo de tinta super fina que me vendieron a precio de chuleta de unicornio, ni el portaminas de diseño, ni otro de los innumerables lápices suecos que guardo celosamente con la secreta intención de acabar construyéndome con ellos una cabaña de 40 metros cuadrados.

Carmen Martin Gaite sólo escribía con una estilográfica heredada de su padre y a Neruda le chiflaba la tinta verde; pues a mí no me quita el sueño ni lo uno ni lo otro, a mí simplemente me gusta empezar los capítulos de las novelas con el mismo aparejo con el que los termino; luego, puesto el punto final, reniego de mi herramienta y comienzo el siguiente con cualquiera otra.

Finalmente lo encontré, se escondía frente a mis ojos, arropado por un par de folios y mimetizado, como un camaleón, sobre la madera veteada de la mesa.

Las manías, que son tan humanas, en el mundo de la escritura abundan, yo también me he precipitado en la vorágine, y para mi desdicha, a pesar de tratar de ser lo más ordenado posible, a veces tardo más en encontrar el bolígrafo adecuado de lo que permanezco finalmente frente al papel.

La mayoría de los escritores son, somos, maniáticos, supongo que la cosa viene dada porque la naturaleza misma del arte de escribir es una manía de solitarios.
Me gusta escribir en folios blancos, nada de folios azules de los que hacían perder la cabeza a Faulknes, empeñado en escribir siempre en ellos; claro que peor era lo de Alejandro Dumas, que alternaba los tonos azules, amarillos y rosas según escribiera novela, poemas o artículos.
Mi preferencia por las cuartillas blancas no creo que alcance la categoría de manía, no es más que un ritual, parecido a escribir de mañana, como Stephen King, o de noche, como Onetti; o concentrarte en el silencio más absoluto, como Juan Ramón Jiménez, que llegó a forrar de corcho su piso e incluso a internarse en un convento de clausura, o preferir una atmósfera cargada de los decibelios de AC-DC como le gusta al prolífico King.
En cuanto al lugar tengo un término medio entre la incomodidad del caballito de madera sobre el que escribía Goethe y la cama de Proust: Mi maravilloso sofá.

En lo que respecta a estas locuras inofensivas, no aprecio que tenga más. Intenté emular a Dan Brown, que se cuelga boca abajo y detiene la escritura para hacer flexiones cada hora, por aquello del “mens sana en corpore sano”…pero no funcionó, aficionarse al autosacrifício no es lo mío y tampoco aspiro a mártir de las letras.

Buscando una buena dedicatoria.

Tras sobrevivir al descenso de aguas bravas con el que necesitas bregar hasta conseguir una novela por lo menos medio decente, todavía te queda un pequeño regato que cruzar. El arroyuelo, desde la distancia, se ve tan nimio, tan sencillo de vadear, que queda postergado en nuestra memoria hasta el momento justo de levantar el pie para cruzarlo.

Alargas la puntera del derecho mientras te sostienes con toda firmeza de la que eres capaz sobre los dedos de tu pie izquierdo, tratando de hacer tierra al otro lado. Pronto te das cuenta de que a no ser que seas un saltador de la talla de Javier Sotomayor no lo vas a tener tan fácil. Pues bien, este puñetero río no es otro que la dedicatoria.

Recapitulemos, a simple vista parece sencillo, tenemos un montón de gente en nuestra lista, al fin y al cabo la única regla ineludible para una buena dedicatoria consiste en que sobre el que recaiga semejante honor debe tener cierta proximidad con nosotros; por desgracia cuando tienes tantos candidatos en realidad no tienes ninguno. Bueno, ninguno no…siempre hay uno disponible….

“Dedicado a la persona más fuerte que conozco: yo.”
     Babe Walker - Psychos: A White Girl Problems Book.


Si preferimos dejar atrás estos alardes narcisistas, nuestro pequeño contratiempo, sigue vigente. Para el autor dedicar la novela es un acto transcendente, nos ha costado mucho trabajo escribirla, tenemos algo bueno entre manos y dedicárselo a cualquier cernícalo que no ha leído un libro desde “El patito feo” o su recambio generacional: “Teo en la granja” nos parece igual de improductivo que alimentar un cerdo a base de caviar y champán. Como podéis apreciar, tan sólo con este recorte nos acabamos de cargar a la mitad de la letanía de candidatos. Solución, cambiar “alguien por “algo”….algo cercano, íntimo y que nos haya hecho la vida, y a poder ser el esfuerzo de escribir, más ameno.


A la cafeína y el azúcar, mis compañeros durante largas noches de escritura”. 
     Robin Hobb - Las naves de la magia.

Si, al igual que yo, decides seguir adelante buscando tu “alguien” llega el momento de pegar otro serio tijeretazo a tu lista de aspirantes. Pensemos fríamente en cuantos nos caen mal, no hace falta guardarles en un odio cerval, de esos que te llevas bien apretado entre los dientes a la tumba, con un desprecio vulgar nos vale: colegas de medio pelo, advenedizos, familiares chungos...ese tipo de gente. No caes en la cuenta de la cantidad de gente a la que aborreces hasta que tienes que poner el nombre a un bebé o te toca dedicar un libro. Un remedio para este mal consiste en hacer caso a Don Camilo y hacerte fuerte en tu rencor.

"Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera".
     Camilo José Cela - La familia de Pascual Duarte, edición de 1973.

"A los mozos del reemplazo del 37, todos perdedores de algo: de la vida, de la libertad, de la ilusión, de la esperanza, de la decencia. Y no a los aventureros foráneos, fascistas y marxistas que se hartaron de matar españoles, como conejos y a quienes nadie había dado vela en nuestro propio entierro".
     Camilo José Cela - San Camilo 1936.

Seguramente ahora que el charco se ensancha y nos damos cuenta de que no es tan fácil dar con una dedicatoria a la medida de nuestras expectativas, busquemos un recurso fácil: Trabajarse la dedicatoria en plan Tío Gilito, buscando sacarle rendimiento económico. Sí amigos, estoy pensando en ofertarla como un sacrificio ritual a los dioses del mercado. Editores, correctores, maquetadores, impresores…incluso al librero que puede venderte un puñado de ejemplares o a la vecina del cuarto que es bibliotecaria y entre el silencio de sus pasillos dice tener buenos contactos. Este tipo de dedicatorias son tan lícitas como cualquiera otra y dándole un par de vueltas podemos obtener una que además de bonita dé jugo.

"Más o menos con el mismo espíritu con el que Matthew Salinger, de un año de edad, le insiste a un compañero de mesa para que acepte un haba fría, insisto yo a mi editor, mentor y (Dios le ampare) mejor amigo, William Shawn, genius domus de The New Yorker, amante de la probabilidad remota, protector de los poco prolíficos, defensor de los extravagantes sin remedio, el más insensatamente modesto de los grandes editores-artistas natos, a que acepte este librito más bien escuálido". 
     J.D. Salinger - Franny y Zooey.

Puesto a exprimir la naranja desde el principio también podemos adelantar acontecimientos y tirar la caña directamente hacia tus lectores.

"Al imaginario lector que podría pagarme medio paquete de cigarrillos si comprara mi libro. Te advierto que no sólo no me identifico con ninguno de los personajes, sino que además, de ninguno de ellos querría ser amiga… Cuidado con las sombras".
     Angeles Caso - El Peso de las sombras.

Si al igual que yo seguís sin encontrar vuestra dedicatoria ideal podéis probar a dedicarle la novela a un muerto; como Garcilaso de la Vega, no cumple la regla de proximidad, te queda rebuscar en tu obituario cercano. Si por desgracia eres huérfano o has perdido a alguien todavía más querido, has saltado el charco, porque no hay nada más sentido que el sufrimiento de una pérdida. Si afortunadamente no es el caso deberás seguir buscando otro vado para cruzar el río…No, tu perro Canuto no sirve.

"Para Hans Christian Andersen, sin cuya colaboración este libro nunca se habría escrito. Y en memoria de mi hija, por el entusiasmo con que alentaba semejante colaboración". 
     Carmen Martín Gaite - La Reina de las Nieves.

"Para el alma que ella dejó de guardia permanente, como una lucecita encendida, en mi casa, en mi cuerpo y en el nombre por el que me llamaba".
     Carmen Martín Gaite - Nubosidad variable.

Si seguís tachando nombres de esa lista imaginaria quizás estéis llegando a donde he llegado yo: decantarme por una persona allegada. La Razón es sencilla, te ha visto sudar la camiseta delante del portátil y tan sólo por eso a la fuerza ha de apreciar en su medida la dedicatoria. Mira a tu alrededor, tiene que ser muy cercano. Puedes optar por tus padres, al fin y al cabo ellos te han puesto en la mano tu primer lapicero y tu primera lámina para colorear.

"Para mi madre, Nedda Previtera Cashore, por su gracia especial con las albóndigas, y para mi padre, J.Michael Cashore, dotado con la gracia de perder (y encontrar) sus gafas".
     Kristin Cashore - Graceling.

Otra opción clara son los hijos, tan solo por la falta de maldad que se les presupone ya se merecen todas las dedicatorias.

"Para Anna, que abandonó El Señor de los Anillos para leer este libro. (¿Qué más se puede pedir a una hija?). Y para Elinor, que me prestó su nombre, a pesar de que no lo necesitaba, para una reina elfa". 
     Cornelia Funke - Corazón de tinta.

Tambien puedes decidirte por tu mujer.

"A Conchita, mi mujer desde hace cuarenta años. Nuestro amor es ya casi un incesto". 
     Jaime Campmany - El pecado de los dioses.

O porque no matar dos pajaros de un tiro:

"A mi mujer Margarnit y mis hijos Ella Rose y Daniel Adam, sin los cuales habría terminado este libro dos años antes". 
     Joseph J. Rotman - Fundamentos de la topología algebraica.

Otra opción esta buscar la dedicatoria en el amor, bien sea físico o platonico

"Para Clara, por algunas cosas nuestras".
     Eduardo Sacheri - Ser feliz era esto.

"A Colin Firth. Eres un gran tipo, pero estoy casada, así que creo que debemos ser sólo amigos".
     Shannon Hale - Austenland.

Si seguís buscando vuestra dedicatoria ideal os dire que sigáis perseverando, hay infinidad de posibilidades; desde las convencionales tabarras hasta las más poeticas y sentidas. De todas formas si no encontrais a quien dedicar, siempre os quedará la ultima opción:

"Esto no es para ti".
     Mark Z. Danielewski - La casa de las hojas.

Autoeditando mi novela.

Finalmente y siguiendo el viejo dicho que reza: "A la fuerza ahorcan", me he decantado por autoeditar Crónicas de los Reinos Olvidados.

La dificultad para llamar su atención es un estigma que acompaña al gremio de editores desde que el mundo es mundo. Proust sometió sus escritos a un puñado editores y todos los rechazaron, al final consiguió publicar financiando él mismo los costes. Ezra Pound sufrió otro tanto de lo mismo, nadie se interesó por sus primeros poemas y acabó vendiéndolos a domicilio. La madre de Derek Walcott (Nobel en 1992) se vio obligada a prestar dinero a su retoño para imprimir su primer libro de poemas. La autora de Cincuenta sombras de Grey, E.L. James, subió a la red una primera versión de su libro (bajo el sonrojante título: "Master of the universe") casi dos años antes de que una pequeña editorial se atreviera a publicar el primer volumen su trilogía de lujo y látigo. Al poco tiempo llegó Random House, y a su lado los millones de dolares, los Rolls Royce, las joyas de Cartier y los consoladores con incrustaciones de Swarovski.
Autoeditando mi novela.El motivo principal para centrarme en la autoedición son las paupérrimas ofertas que las editoriales reservan para los autores primerizos. Ninguna llega siquiera a ofrecerte el 10% de los beneficios; por suerte las plataformas de internet son mucho más generosas, amén de no segregar a los noveles, y dejan para los autores el 80% de los beneficios.

Además cuando imites a Willie Nelson y decidas ponerte "on the road again", es buena cosa subirte al tren que más galopa, y el ritmo de los libros autoeditados es el del AVE, mientras que las editoriales siguen viajando con Poirot en el Orient Express. Ya son varios los autores consagrados que se bajan del vagón de madera traqueteante, para pasarse al de fibra de vidrio, que por descontado tendrá menos glamour, menos bouquet, pero a cambio ofrece comodidad, aire acondicionado y pantalla de plasma. Barry Eisler rechazó un adelanto de seis cifras para publicar en una editorial tradicional. Su argumento: “Estoy harto de que el editor se canse de promocionar mi libro a las tres semanas, para promocionar el siguiente autor de su lista”; J.K. Rowling, la autora de Harry Potter, también se ha bajado del tren, creando www.pottermore.com, web desde la que vende los e-books de su célebre colección.

El ver la autoedición como la aceptación de tu propio fracaso, o como un mercado secundario para autores de segunda división, va por la senda de pasar a mejor vida. Las nuevas tecnologías han roto un tabú y autopublicarse está de moda.
Si nos miramos en el espejo estadounidense (que marca el pulso de cualquier industria, y la del libro también) la publicación de libros autoeditados va a toda máquina. Allí han superando el cuarto de millón de títulos publicados durante el 2014, algunos de ellos con un éxito apabullante, incluso llegando a encabezar el ranking de los e-books más vendidos del mercado. En ésta España castiza es difícil tener datos, pero está claro que se editan decenas de miles de ejemplares anuales.

Los motivos principales de este despegue vertiginoso de las plataformas on-line están claros: El coste de producción es prácticamente cero y así podemos vender a precios muy bajos; además, dado que prescindimos de intermediarios, los márgenes de beneficios no tienen porque resentirse.
Otra ventaja reside en mantener el control de los tiempos. El autor puede publicar nada más terminado el libro, sin hacer cola para que una editorial te haga caso. Además tampoco tendrás que atender a plazos o compromisos de entrega.
Otra cosa "molongui" es la “impresión bajo demanda”: si el lector quiere un ejemplar en papel, lo puede adquirir por internet con un par de clicks. No hay tirada mínima, así que se acabó lo de amontonar cajas de ejemplares en casa.
Hay un montón de plataformas, bastante enraizadas en España, que ofrecen la autoedición con impresión bajo demanda (Lulu.com o Bubok ) pero todas obligan a contratar un número ISBN y el precio de coste por ejemplar supera ampliamente los 10€, sin contar gastos de envío. Si ya es complicado que alguien compre tu obra siendo un autor desconocido, imagínate si el libro, entre pitos y flautas, cuesta tanto como el de un autor conocido en cualquier librería de barrio.

Seguí buscando y acabé por encontrar CreateSpace, que sigue un modelo mucho más "americano".
Si te decides por ellos tu libro estará disponible en todas las plataformas de Amazon (España, USA, Italia, Alemania o UK...) en formato electrónico y también bajo el modelo de impresión bajo demanda. Tus futuros lectores pueden tener el libro, en papel, encima de la mesa por más o menos 12€. Y encima el ISBN es gratuito.

Ahora solo me queda hacerme con una buena portada, elegir fecha del lanzamiento, y cruzar el Rubicón al grito de: "Alea iacta est".

Pescar con las Redes Sociales.

A ninguno se nos escapa que Internet está lleno de mierda. Un mar enorme, insondable, en el que flotan, como las reliquias de un barco hundido, zurullos venidos de las más diversas latitudes.


Por mucho respeto que nos de el agua, cerrarse en banda, mirar hacia otro lado y tratar de convencerse de que no lo necesitas es de necios. Un buen nadador sabrá bracear a la izquierda, esquivando el cartelito brillante que nos profetiza la más hermosa de las vidas en pareja, luego a la derecha, dejando atrás esa muchacha desinhibida que nos ofrece todo lo contrario; sumergirse después, buceando tres metros para alejarse de un par de ofertas de créditos con ventajosas condiciones y un par de cientos de anuncios de pastillitas azules, y reaparecer allí, a 20 metros de la costa, donde la distancia casi no permite ver las ofertas de vendedores de crecepelo y alargadores de pene, allí donde el mar permanece en calma y de un seductor color turquesa. Internet es un arma poderosa, y las redes sociales un fantástico caladero en el que nadan millones de lectores de los más variados husos horarios.

Las redes sociales son una magnifica forma de dar a conocer vuestra obra, y quitando dar la plasta a amigos y familiares, la más barata. Un mar preñado de preciosos atunes que nos permite empezar a construir nuestra almadraba sin tener que rascarnos el bolsillo.

Si ya has recolectado un cesto lleno de “lo sentimos pero su novela no concuerda con nuestra línea editorial” y crees que es el momento de proceder a darle forma a la autoedición de tu novela, deberías de comenzar a zambullirte en las desconocidas aguas de las RRSS.

Las redes no discriminan a nadie, son enormes, y no entienden de fronteras, lo que para nosotros, escritores en habla hispana, es fantástico, porque no olvidemos que más allá de Finisterre nos esperan cientos de millones de personas con las que compartimos idioma; además sea cual sea la temática de tu novela tendrás público, están plagadas de gente y por descontado que hay gente con gustos para todo.

Una vez puesto el traje de baño y decididos a remojarse, lo primero sería crearse un blog. Ya que somos escritores, tener un espacio donde publicar nuestros artículos, nuestras reflexiones, nuestros ensayos y mostrárselos al mundo, parece lo más sensato. Tanto Blogger como Worldpress tienen plataformas gratuitas y muy fáciles de utilizar, hasta un calamar puede crearse su propio blog. Recomendaciones las justas: Ser tú mismo, publicar contenido original, tener cierta cadencia en la publicación y ya que alardeamos de escribir, cuidar ortografía y gramática.

Ahora llega el momento de remojar los pies, de tener el primer contacto con el agua, extender los tentáculos y conseguir seguidores, atraer gente a nuestro blog, gente que lea tus post y en un futuro cercano pueda acercarse al chiringuito y pedir un ejemplar de tu novela.
Para ello Twitter puede venirnos con anillo al dedo. Crearos un perfil, completar los campos de la biografía y elegir una foto chula. A partir de aquí todo consiste en resumir reflexiones en 140 caracteres, comenta publicaciones de otros usuarios, retuitea, marca favoritos…hazte seguidor de quien consideres que lo merece…interacciona en definitiva, verás como poco a poco el número de personas que te siguen crece.
Si el agua ya llega a la linea de la cintura es el momento de dejar de dar saltitos y promocionar tu obra, tampoco se trata de pasarse con el autobombo y llenar la costa de anzuelos, pero la gente tiene que saber que tenemos una novela disponible. Para la promoción Facebook es el rey, una red enorme en la que ya no estamos limitados por un número exiguo de caracteres. Añade a tu perfil una fan page desligada, donde volcaremos toda la información sobre nuestra vida como escritores y como no sobre nuestra obra. Es el lugar para ensayos largos, presentaciones literarias, desglosar textos, en fin de mostrar un trocito de ti y de tu obra a futuribles lectores.

Si te consideras preparado para respirar hondo, lanzarte en plancha y empezar a bracear es que ha llegado el momento de Google + . Aquí os recomiendo encarecidamente participar en las comunidades literarias, ahí podréis colgar vuestros escritos y leer los de los demás. Un toma y daca en el que muchos os leerán. Tiene la ventaja de que todo el que pertenece a una de estas comunidades es aficionado a la lectura, con lo cual el “target” se reduce.
Otras redes como Linkedin también pueden sernos de utilidad para obtener contactos de tipo profesional, maquetistas, editores…libreros. Otras como Istagram, en nuestro caso que esperamos vivir de las letras tienen difícil uso, porque solo dejan subir fotos, aunque seguro que si eres un consumado nadador, experto en mareas y corrientes seras capaz de sacarle jugo.

Perfumar vuestra novela con un final apoteósico.

Conseguir un buen final es uno de los trances más delicados a los que nos enfrentamos al discurrir por el embarrado camino de la escritura de novelas.
Si bien en las novelas todo lo que nazca en la imaginación del escritor, y sea susceptible de plasmarse en palabras, tiene cabida, más te vale exprimirte la sesera y conseguir un final que huela a éxito, que cierre completamente la novela, sin cabos sueltos y cuya lógica no sea discutible. El lector quiere dar el libro por terminado y no esperar con la boca abierta a ver si detrás de la pausa televisiva echan otro capítulo de Walking Death mientras se pregunta: ¿Se ha “acabao” o echan otro? 

Es relativamente fácil cerrar una novela con un “y fueron felices y comieron perdices”, de hecho hay millones de ellas en las que el detective atrapa al ladrón y finaliza la novela con un “chimpún” nunca mejor dicho: “de libro”. Todos estamos de acuerdo en que lo lógico es que así sea, además lo de la moralina de que el bien prevalece sobre el mal nunca deja de estar de moda; pero lo cortés no quita lo valiente y los finales previsibles huelen a rancio. No estaría de más darle una vuelta a la historia; ¿acaso no sería más impactante un “y fueron infelices y se los comieron las perdices”…o incluso un stephenkiniano “y fueron perdices y se comieron a los felices"...?

Hay que ser conscientes de que en esas últimas hojas te juegas el veredicto de la novela y pese a tener a Mónica Naranjo, a Bustamante y a Llaser ensimismados con tu actuación, como el colofón no esté a la altura te vas a encontrar con una valoración mediocre, una palmadita en la espalda y una invitación al “siga jugando” similar a los de los "rasca y gana".

El final de la novela debe de ser más enérgico, intenso, sutil y embriagador que tres gotas de Chanel nº5 deslizandose por la piel de Marilyn Monroe.

Para ello los grandes escritores dedican casi 100 páginas a prepararse el terreno, para, al igual que logro Patrick Süskind con su best seller “El perfume”, hacernos pasear a través de su protagonista, Jean-Baptiste Grenouille por el “evanescente reino de los olores”.
El truco está en ir mezclando el ilang-ilang de las Comores y el jazmín de grasse, de aroma floral y afrutado; con otros ingredientes como rosas de mayo, nerolí de Grasse, vainilla de Bourbon, vetiver Bourbon y sándalo e ir removiéndolos con tino, hasta que cuando resten aproximadamente 5 páginas, y las papilas olfativas del lector estén sugestionadas a tope, llegue el momento de pulverizarles nuestro Chanel Nº 5. El perfume más grandioso que hayan olido jamás.


Süskind al igual que la casa Chanel con “el animal más bello del mundo” también bautizó de Chanel Nº 5 a su personaje, construyendo un final apoteósico, sorprendente que mezcla con maestría la previsible moralina de la superioridad del bien sobre el mal con un desenlace impresionante:

Grenouille es condenado a morir lentamente, descoyuntado por una barra de hierro. Sin embargo, el día de la ejecución se impregna en su último perfume y la multitud que presencia su ejecución embriagada y enloquecida por la fragancia de amor que surge de Grenouille terminan por pedir su indulto al tiempo que sucumben en una gran orgía.

Con un final como éste cualquier escritor se daría con un canto en los dientes, pero aún hay más, Süskind todavía guarda unas gotas más de ambarina esencia que hacer rodar por la piel tersa y suave su Marilyn.
Grenouille, a pesar del indulto, se siente decepcionado, ya que el perfume hace que la gente lo ame mientras que él es incapaz de sentir o mismo. Finalmente vuelve a París, al mercado que lo vió nacer, y se mezcla con las gentes del lugar. Una vez allí, vacía todo el frasco de perfume sobre su cabeza, provocando que miserables, pordioseros, prostitutas y criminales, se lanzen sobre él enloquecidos y al grito de: ¡Es un ángel!, terminen por devorarlo, borrándolo completamente de la faz de la tierra y volviendo después a sus casas imbuidos en un sentimiento de extrema felicidad.

Un final apoteósico que catapulta la primera novela de Patrick Süskind, El Perfume, hasta el olimpo de los dioses.




Buscando a Romeo.

Todos los escritores buscamos nuestro Romeo, no hablamos de que DiCaprio nos obsequie con una arrebatadora batida de pestañas, sino de dar con un personaje que, al igual que el primogénito de los Capuletos, trascienda a la obra de la que nace para colarse en el imaginario colectivo, convertirse en arquetipo y a la postre acabar por romper las cadenas que lo atan a la novela y caminar por su cuenta.

Se trata de conseguir una descripción tan absoluta de lo que el personaje significa y transmite, que a la postre éste absorba los adjetivos y pase al lenguaje convertido en término.

Para lograrlo hemos de definir con claridad meridiana a nuestro Capuleto y construir a su alrededor toda una novela. Crear un personaje complejo, lleno de matices y con múltiples dimensiones. Que comience definido en un puñado de palabras y evolucione al tiempo que lo hace la novela hasta desembocar en un clímax que lo haga inolvidable.
Hemos de conseguir dibujar en la mente de lector una imagen tan clara, expresiva y completa que por narices éste lo considere cercano, comprensible, casi suyo.

El reto es conseguir que el lector tenga tan claras las necesidades, las ambiciones, los aspectos recónditos del personaje que pueda identificarlo sin ni siquiera decir su nombre, que pueda imaginarlo en diferentes situaciones y anticipar su reacción. Si a zipi le crece la nariz frente al Don Pantunflo de turno, no hay que rememorar a Pinocho para saber que miente; si decide ejercer de Robin Hood, no hace falta anticipar que lo que roba a los ricos lo repartirá entre los pobres y si le cuesta dormir porque amparado en la tenebrosa noche se le acerca un conde de larga capa y colmillos afilados a ninguno se nos escapa que Dracula se le va a tirar a la yugular.

Muchos han buscado este Santo Grial y muy pocos han conseguido encontrarlo. Drácula, Robin Hood, Pinocho, Don Quijote, son tan pocos que puedes contarlos con los dedos de las manos.

Hay cosas difíciles, muy difíciles, casi imposibles y después está conseguir perfilar uno de estos personajes llamados a convertirse en mitos. De todas formas no hay nada imposible y mucho más difícil era tirar por los suelos el nombre del amante romántico más famosos de todos los tiempos y un maromo con cara de cacahuete se las ha arreglado para fregar con él el suelo de todas las pistas de baile regetoneras, solo aptas para primates involucionados, al ritmo de su “Propuesta Indecente”.
Hola, me llaman romeo, Es un placer conocerla…


¿Quién piensa en curarse cuando aún no ha sido herido?

Me gustan las playas amplias de arena fina, nada de charcas urbanas de nauseabundo olor a bronceador. Me gusta perderme en la naturaleza y desembocar en arenales inhóspitos, batidos por un mar caprichoso que tan pronto te recibe con un delicioso chapuzón de aguas cristalinas como te reta a cabalgar olas revueltas de tres veces tu altura.
¿Quién piensa en curarse cuando aún no ha sido herido?
Con las novelas me ocurre otro tanto de lo mismo, me gustan los textos largos escritos con pluma fina, cortante como un bisturí, que alternen relajados chapoteos de párrafos largos y descripciones casi fotográficas, con vibrantes sacudidas de texto frenético, sorprendente y porque no decirlo, furioso.

Para crear “Crónicas de los Reinos Olvidados” traté de plegarme lo más fielmente a mis gustos (que espero concuerden con los de mis lectores). Durante el tiempo que duró el parto de la novela soñé con príncipes, reyes y brujos, soñé en definitiva un montón de personajes complejos, algunos de los cuales han medrado lo suficiente como para nacer al tiempo que lo hace la novela, mientras que otros quedaron en el tintero o simplemente se evaporaron como la bruma de verano. Con la trama, con la telaraña en la que se mecen los personajes, me ha pasado lo propio, creció y creció enredando en su tela absorbente a unos y a otros personajes, hasta desembocar en una trilogía que una vez finiquitada superará con creces las 1500 páginas.

Jamás pensé que tan caudaloso proceso creativo se volviera contra mí.

Quizás si lo hubiera pensado fríamente, con vista de mercader, mi decisión hubiera sido otra. Una trama más sencilla, con un esquema novelesco clásico y mucho, mucho más corta. Inicio, nudo y desenlace, todo en un mismo libro, nada de trilogías grandilocuentes más largas que la wikipedia. Una novela de factura limpia, mucho más fácil de escribir y de corregir, y como no, infinítamente más sencilla de colocar.

La industria del libro se niega a publicar nada que supere las 400 páginas. Parece ser que esa hoja que lleva impreso en la base el número 401 y esas dos gotas de tinta extra son la delgada línea que separa la rentabilidad de una novela del precipicio insondable de la ruina más absoluta.

Ahora me doy cuenta de mi error, debería haber dedicado más tiempo a los aspectos más “terrenales” de la novela, pero ¿Quién piensa en curarse cuando aún no ha sido herido?

Kill em All

Los autores, al mismo tiempo que vamos rellenando de párrafos nuestras novelas, vamos desarrollando una enfermiza relación de amor-odio con nuestros personajes. Un amor que surge de la propia creación del mismo, de ese periodo convulso y volátil en que a base de pincel fino vamos dibujando a los títeres que viajarán saltando de letra en letra y tendrán la comprometida tarea de ser nuestra voz en la novela.

En cuanto al odio os diré que tarde o temprano aparecerá, y aún os digo más: Se hará más fuerte a medida que estos vayan tomando cuerpo, adquiriendo un protagonismo malsano que termina por crearnos una relación de dependencia que hace que el ineludible momento en el que hemos de poner el punto y final a nuestra relación simbiótica con ellos sea más doloroso. La eterna danza entre Eros y Tanatos.

Hay personajes que engordan hoja a hoja, novela a novela, y a medida que crece su peso específico lo hace el generoso tributo, en forma de fama y pasta, que recibe su creador. El problema surge cuando su importancia pasa a ser capital, convirtiéndose en pieza fundamental e ineludible para la obra. En ese momento el autor está atado de pies y manos, por desgracia, amigo, en ese preciso instante se han invertido los papeles y ahora el títere eres tú.

Kill en AllSi la aberración no solo se permite, sino que además se alienta, se puede dar el recurrente caso de que muerto el autor el personaje consiga flotar en el aire, como el ángel caído, Azazel, en "Fallen", hasta conseguir un nuevo huésped en el cual seguir viviendo, es el caso del pomposo detective Hercules Poirot, otro Azazel que ha conseguido saltar de la difunta Agatha Christie al cuerpo vivo de Sophie Hannah para protagonizar una nueva aventura, ("Los Crímenes del Monograma"). Por desgracia no es el único Azazel que espera su oportunidad para seguir viviendo y son muchos los James Bond, Philip Marlowe o Sherlock Holmes, que gozan de buena salud mientas que sus autores duermen el sueño de los justos, olvidados para el gran público bajo cuatro paletadas de tierra.

El autor debe saber el momento en el que ha de pulsar el "play", subir el volumen a tope y dejar que el "Kill em All" (Matadlos a Todos) de Metálica le inunde los sentidos. Es la hora de la guadaña, y las espigas de trigo seco han de caer. Todo tiene un momento y un lugar, y los personajes que se arrastran de libro en libro tienden a dejar un poso rancio en el paladar de los lectores. Mientras que los que, como Eddard Stark, pierden la cabeza tras acompañarnos durante mil vibrantes hojas nos dejan las papilas gustativas plagadas de infinidad de matices ácidos y amargos. Un regusto agrio que convierte el personaje en inolvidable.


Tampoco hablamos de sufrir un irrefrenable deseo de matarlos, sino de tomar consciencia de que al igual que el ser humano nuestros personajes también viven expuestos al terrible abismo de su propia fugacidad. Todo lo que nace debe morir.

La muerte puede ser el acto de amor más puro de un autor hacia sus personajes, se trata de hacer nuestras las palabras que Von Kleist puso en los labios de Pentesilea: Besos, mordiscos, son parientes, y el que ama con pasión bien puede confundir unos con otros, y regalar a nuestros personajes una muerte inquietante o gloriosa que obligue al lector a guardar espacio para ellos en sus recuerdos, de forma que pasen a la indeleble eternidad de la nostalgia.

El orgulloso falaz.

Los novelistas somos la quinta esencia de la mentira, fulleros que cantamos al amor incluso sumidos en la desdicha más absoluta, a la guerra aun cuando festejamos la paz sobre todas las cosas, o al honor y la gloria que negaríamos en caso de necesidad más rápido que Pedro a Cristo. Os embaucamos, o al menos tratamos de hacerlo, convirtiéndoos en participes de congojas y júbilos que, salvo quizás en su más remoto germen, no son nuestros, vivencias que son en esencia falsas.

En el umbral de los 90 Vargas Llosa utilizó su libro “La verdad de las Mentiras” para iluminar el oscuro mundo interior de los novelistas, permitiendo a los lectores asomarse y curiosear en él. Fue un leve destello, un sublime truco de prestidigitador, una ilusión artificial que nos dejó vislumbrar donde está el as de la baraja, mientras que ante nuestros ojos el ilusionista hacía desaparecer, chistera adentro, naipes, monedas, conejos y palomas.






“La verdad de una novela depende básicamente de su poder de persuasión, de la fuerza comunicativa de su fantasía, de la habilidad de su magia. Toda buena novela dice la verdad, y toda mala novela miente. Porque decir la verdad para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión, y ‘mentir’ ser incapaz de lograr esa superchería”

Un buen novelista ha de manejar con soltura tres profesiones de sibilino origen. Ha de ser un curtido mentiroso, pues lo que cuenta, pese a que puede y debe nacer de una semilla verdadera, es básicamente mentira; ha de ser un diestro mago, porque hace falta buenas dosis de ilusionismo y prestidigitación para hacer parecer la verdad mentira y viceversa; y por último ha de ser un ladrón tenaz, porque nadie alberga en su alma tantas semillas (poderosos polvos mágicos para tu “yo” mago), y las de los demás pueden ser tan buenas o más que las nuestras, robar vivencias para hacerlas suyas y amalgamar con ellas tramas y personajes ha de ser para el novelista un continuo e inexorable peregrinar en busca de su combustible vital.






La alquimia entre la verdad y la mentira organiza el esqueleto de toda novela que se precie. Pues cualquier narración, pese a ser en esencia una falacia, necesita al menos un par de gotas de verdad (semillas). El escritor auténtico acepta sus demonios y los sirve en bandeja de plata a sus lectores, la novela siempre tiene algo de él, porque es esta verdad la que le infiere poder de persuasión, y si esta semilla falta la novela cojea y no convence. Si el tema se escoge fríamente atendiendo a criterios mundanos como las ventas o el mercado, el texto, y por ende el escritor, no será autentico. Tal y como Mario dejó de manifiesto, toda novela es una mentira que finge ser verdad.

La literatura es artificio pero hay que disimularlo, envolverla con un traje a medida de embustes y argucias hasta convertirla en una fábula veraz. Se trata de conseguir un disfraz coherente que consiga escapar del dedo acusador del lector. No olvidemos que los lectores son como los niños y cuando los focos del escenario arranquen destellos de éxito de vuestra mejor capa y el conejo blanco más lustroso del mundo espere turno ante las bocas abiertas de los zagales para salir de vuestra chistera, nadie desea que el gordo del fondo se levante y con la boca llena de Nocilla nos joda la función al grito de: Lo he visto, tiene truco.



Sobre este blog

Blog personal del escritor Fernández del Páramo. Un espacio digital creado para dar a conocer su obra y compartir impresiones con sus lectores.